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Cerrar también es avanzar

Cerrar también es avanzar

Hay equipos que corren sin mirar atrás. Cierran un trimestre, abren otro y siguen, como si la velocidad fuera garantía de avance. Pero el verdadero progreso no está en hacer más, sino en aprender mejor. Y ahí es donde entra el cierre consciente: esa práctica que transforma la experiencia en criterio.

En muchas organizaciones, el cierre sigue siendo un trámite. Se reportan cifras, se archivan proyectos y se pasa al siguiente desafío. Pero cuando la experiencia no se convierte en aprendizaje, los mismos errores regresan disfrazados de urgencia, acá es cuando repetimos el patrón una y otra vez.

Y lo que debería ser un espacio de claridad se transforma en una sucesión de pendientes que nunca termina.

Un cierre consciente rompe ese ciclo. No es un taller eterno ni una reunión más; es una conversación breve, estructurada y honesta para entender qué pasó, por qué pasó y qué cambia desde mañana.

Su lógica viene del after-action review (AAR), una práctica creada por el Ejército estadounidense para mejorar su desempeño en terreno. Después de cada misión, los equipos se reunían , sin jerarquías ni culpables, para analizar qué se había planificado, qué ocurrió realmente y qué ajustarían la próxima vez. El foco no estaba en revisar el pasado, sino en preparar mejor el siguiente paso.

Con el tiempo, muchas empresas adoptaron este enfoque porque funciona en cualquier entorno donde los resultados dependen de la coordinación entre personas. Su valor real no está en registrar lo ocurrido, sino en transformar la experiencia en acuerdos concretos que mejoran la práctica.

En simple, un cierre consciente no busca responsables ni excusas. Invita a mirar con curiosidad profesional: qué esperábamos que ocurriera, qué ocurrió realmente, qué explicaciones tenemos y qué ajustaremos desde mañana. Esa pausa , aparentemente pequeña,  convierte la observación en acción, sin culpa pero con responsabilidad.

Cuando se practica con frecuencia, el cambio se nota rápido. Los equipos aprenden más, repiten los aciertos, evitan los errores y se atreven a hablar de lo incómodo. Porque revisar en caliente, con datos claros y un clima de confianza, permite que el aprendizaje se quede, en lugar de perderse entre correos o carpetas.

También ocurre algo más sutil pero igual de importante: se libera energía. Cerrar bien ordena la mente, despeja el ruido y devuelve foco. Las personas sienten que pueden soltar lo que ya no aporta y concentrarse en lo que sí mueve la aguja.

Implementarlo no requiere grandes estructuras. Basta con una breve instancia al cierre de cada hito relevante, 30 o 45 minutos,  con preguntas simples y la intención clara de no dejar el aprendizaje en el aire. Tres decisiones, un estándar que se actualiza y una prueba pequeña para el próximo ciclo son suficientes para mantener viva la mejora continua.

Con el tiempo, se empiezan a ver señales claras: los equipos hablan de supuestos y decisiones, no solo de resultados; aparecen cosas que deciden dejar de hacer; y, sobre todo, se siente más claridad y energía disponible. A la semana siguiente, ya se observa una práctica distinta en marcha.

Porque cerrar con intención no detiene el avance, lo hace más inteligente. Si la planificación viva nos enseña a pensar con ritmo y flexibilidad, el cierre consciente nos recuerda que mirar antes de seguir también es parte del movimiento. Y cuando una organización logra sostener ambas prácticas, la estrategia deja de ser un documento y se convierte en un sistema que respira, aprende y crece junto con su gente.

Cerrar bien no es terminar. Es asegurarse de que lo vivido se transforme en criterio.

¿Tu equipo cierra proyectos o los deja pendientes en silencio?

Giannina Andrea Bacigalupo Ricci

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