¿Te ha pasado que un proyecto se retrasa, que un cliente queda confundido o que el equipo discute quién debía hacer qué, aunque “en teoría estaba claro”?
Lo curioso es que la mayoría de las veces no tiene que ver con la falta de capacidad, ni con desinterés, ni con falta de recursos. Tiene que ver con algo mucho más simple y, a la vez, mucho más profundo: la falta de claridad compartida. Acá la palabra clave es “compartida”…
Porque en el día a día de las empresas, se cuelan pequeños supuestos que parecen inofensivos:
- “Asumí que este tema lo ibas a ver tú…”
- “Asumí que el cliente quería esto…”
- “Asumí que el equipo entendía cómo hacerlo…”
- “Asumí que lo que el otro necesitaba era…”
Estos “asumí que…” no siempre explotan de inmediato, pero empiezan a erosionar la confianza, a multiplicar correcciones, a desgastar al equipo. Al final, lo que era un problema menor termina creciendo, gastando tiempo y dinero y drenando energía.
Desde nuestra experiencia en consultoría, podemos decirte que estas son las verdaderas grietas silenciosas que después aparecen como reprocesos, como clientes molestos o como equipos que empiezan a tensionarse entre sí, a veces incluso afectando la confianza del grupo, tan necesaria para llegar a ser un equipo de alto desempeño.
Y no es solo algo que observamos nosotros en Singulares. Según Gallup https://www.gallup.com/workplace/231659/performance-measures-motivate-madden-employees.aspx), cuando los colaboradores no tienen claras las expectativas de su rol diario:
- La productividad del equipo cae en promedio un 17%
- La rentabilidad se reduce hasta un 23% Y, lo más crítico, baja significativamente el compromiso con la organización
¿Por qué ocurre esto? Porque cuando la claridad falla, surgen cuatro grandes consecuencias que hemos visto repetirse en empresas de todos los tamaños e industrias:
- Falta de accountability: Cuando no se define ni se acuerda quién es realmente responsable, las acciones quedan difusas y la ejecución termina paralizada, sin ningún responsable a cargo y entramos en el juego de “pasarnos la pelota” entre todos.
- Desalineación con el cliente: Cuando suponemos en vez de indagar, las soluciones que ofrecemos pueden alejarse mucho de lo que el cliente realmente necesita, generando desencuentros o incluso pérdida de negocios.
- Condiciones insatisfechas: Cuando no dejamos explícito el qué, cómo y para cuándo, aparece el temido ciclo de reprocesos, con tiempos y costos que reducen finalmente tu rentabilidad.
- Desgaste emocional y tensiones internas: Porque además de los resultados, lo que más sufre en la organización son los vínculos. Las personas se frustran, se sienten poco escuchadas o sobrecargadas, y eso termina impactando en el clima laboral.
Lo interesante es que estos problemas no se resuelven con más control ni con reportes interminables. Se resuelven con algo mucho más básico y poderoso: conversaciones honestas y acuerdos explícitos. A veces basta con frenar y preguntar:
- ¿Qué estamos dando por supuesto?
- ¿Qué expectativas creemos que son claras, pero nunca dijimos en voz alta?
- ¿Qué acuerdos hay que volver a escribir o revalidar?
En Singulares cuando trabajamos con líderes y equipos, muchas veces los mayores avances no vienen de un nuevo proceso, sino de un momento, quizás no tan sencillo para ti, pero muy necesario, donde alguien se anima a decir: “yo creía que esto estaba claro, pero ahora veo que no” o, “yo pensaba esto… me doy cuenta que me equivoqué en asumir…”. Esa vulnerabilidad abre el espacio para reconstruir claridad, confianza y foco.
Así que si últimamente te encontrás revisando más reprocesos que resultados, tal vez sea momento de mirar los “asumí que…” que están guiando tus proyectos. Porque lo que hoy parece solo una omisión de palabras, mañana puede costarte un cliente, un talento clave o un proyecto que se pierde.
¿Qué podrías lograr si en lugar de suponer, empezaramos a conversar?


